8.2.12

Segura y las Villas

Llegas al cruce de turno conforme van apareciendo los primeros rayos de sol, lo cual hace ésta práctica algo agradable aunque sea mínimamente en invierno; vas cosechando la paciencia con una sonrisa de par en par expectante, por lo que te espera en adelante.
Los coches pasan a tu lado raudamente, su paso levanta un viento helado que te alcanza en la cara, tu única parte desprovista de todo abrigo y te da la sensación que quieren que borres esa sonrisa inherente sin motivos. Como decían en Smoke (Paul Auster) “pronto empezarán a prohibir sonreír a la gente”. La felicidad ajena se tiende a dinamitar.
Empiezan a golpearte, con sus malos gestos, con la indiferencia de otros, las miradas compasivas, y tú sigues con la mano extendida esperando algo de solidaridad. Los primeros rechazos los encajas incluso con algo de humor, he averiguado que mantengo esa tolerancia unas 3 horas siempre que sea a primera hora de la mañana; pero a medida que va pasando el día subes, bajas, subes, bajas, bajas, te hundes, resucitas!!Me han cogido!!Empiezas a abrir el tomo completo de esa persona, son 1000 libros abiertos ante ti,como decía cierto amigo, y puedes escoger cualquier capítulo.
Vas andando, los ojos te brillan de ilusión renovada con los nuevos paisajes, y miras a tu izquierda y sin saber por qué sonríes. Ese compañero te mira extrañado y a pesar de eso y sin saber por qué te devuelve la sonrisa compartiendo y participando de tu felicidad. Te suelta en otra cuneta y lo miras alejarse con nostalgia, Suerte compañero!! Es entonces cuando piensas que quizás os volváis a encontrar en otro camino aunque con los mismos zapatos.




Hornos de Segura

Imposible continuar...50 kilómetros hasta el próximo pueblo y son las 16.00. No llego ni en broma. Empieza a refrescar y me cobijo del frío aprovechando los últimos rayos de sol mientras leo a Krishnamurti. Estoy extenuado y no veo el fin. Se ha acabado la comida y no tengo agua. El bocata de jamón de Santos, aunque estaba algo seco, era parte de mi último entremés (ya que las comidas de las que me sirvo solo pueden calificarse así o como entrante, por la cantidad).
En este pequeño pueblo de Jaén he conocido a Ernesto y en la primera conversación ya me ha ofrecido su casa. Parece de los nuestros.
Comienzo a andar a pesar de las advertencias de frío y de que moriré congelado o devorado por los lobos o los dinosaurios, qué sé yo!!Deme menos consejos y más dinero escuché alguna vez.
Mientras esté caminando no me pasará nada y me queda algo de vino. Empiezo a ver los últimos andantes que vuelven de su paseo diario por la carretera. Conforme me voy adentrando en el corazón de la sierra empieza a oscurecerse cada vez más el camino, la llegada de la noche y la inclinación de los árboles sobre la carretera hacen de éste un pasadizo algo tenebroso. Comienza la espesura y los ruidos. Cuando llevo algo más de 1 hora y media sin ver a nadie empiezo a vislumbrar mi futuro. Caminar toda la noche.
Momento!Escucho un coche que se acerca. Me vuelvo para entendérmelas de cara con el conductor, mierda! Es una chica!! No me cogerá a estas horas y menos siendo una chica.
Lo sabía. Ha pasado de largo. Normal. Era mi única esperanza, mis piernas flaqueaban por el rendimiento al que las tuve sometidas durante todo el día y apenas sin ingerir alimento.
Espera..Frena. Ha parado! Las luces rojas del freno iluminan mi cara rebosante de alegría.
-¿A donde vas ahora chiquillo?


La Capellanía

Me hará gracia cuando, con cierta dificultad, vuelva a releer esto. Me encuentro en una aldea de 13 habitantes en el corazón de Segura. Me han dejado una pequeña ermita-escuela para dormir. El polvo y el ambiente son cargantes y pesados. Hacía algún tiempo que no se abría. Busco leña preparándome para lo que será una noche muy larga.
Mi logística abarca lo que es un vela gastada de iglesia, que no alumbra una mierda; una estufa cilíndrica de leña que, ya sea por las piñas de pino ya sea por su propia inestabilidad histórica reventará en cualquier momento; y una linterna de un dinamo esclavizante. Mire hacia donde mire solo hay crucifijos y una virgen que llora cargada de flores de plástico. Estamos en un lugar genial
-¿Por qué lo haces? Le digo.
De todos modos siento algo de terror ya que si eres un católico redimido que aprovecha la más mínima oportunidad para increparle a ____ ese mundo que nos ha dejado, terminareis por encontraros. Esta noche ajustaremos cuentas entre él y yo probablemente.
Eva (catalana y jornalera) y Santi (catalán igualmente y gordito con una gran rasta y pendientes tipo pirata) me dieron la llave del lugar donde he construido mi pequeño hogar. Se construye fácilmente y cada viaje con menos objetos. Un libro, un pañuelo o el incienso de tu cuarto pueden hacer allá donde vayas la extrapolación del ambiente acogedor y cálido de tu hogar.
Conforme voy pasando el tiempo en mi “hogar” lo encuentro más acogedor y no hay nada de lo que preocuparse excepto de la estufa. Estoy seguro que esto reventará cuando me encuentre dormido. Será algo así como la “muerte dulce” de la que hablan en relación al sueño y las hogueras en las casas.
Tampoco desperdiciaré mucho tiempo en comer. Mi cena consta del resto de la botella de vino (Elegido, 1,49 euros...lo peorrrrr) y la galletita del café.
Voilá! Ya cené!!


Me sentí algo nostálgico descubriendo los libros que se escondían en un viejo y magullado armario de la iglesia. El mueble estaba algo desvencijado ya que una vez abrí las puertas, se destripó derramando los libros por todo el suelo.
Alli estaban todos los clásicos, la mayoría autores españoles como Quevedo, Cervantes, algo de poesía como Rubén Darío y el que más me interesó, Balzac; que además sería uno de los pocos autores extranjeros. También habia libros de geometría, matemáticas, geografía, cuadernillos de aritmética...
El polvo de los libros se alborotaba al cogerlos y junto a la luz de mi linterna daba una sensación algo misteriosa. Empecé a estornudar, no tolero el polvo; y a pesar de eso no calmé mi curiosidad hasta que no leí el título de todos los libros alli presentes. Esa noche dormiría tranquilo con los grandes escritores.



Al día siguiente me levanté al alba por varios motivos; llegar a mi destino antes de que anocheciera de nuevo, admirar el paisaje en el orto, o simplemente lo hice por sacarle el máximo jugo al día ya que tampoco me gusta dormir.
Comencé a andar y a pesar del frío se fue dibujando una jovialidad en mi rostro inexplicable. En 3 horas llegaría a Los Anchos. Jose me recibió con la calidez del amigo añorado, a pesar de solo haber hablado por teléfono.
El lugar, con el tiempo, quizás se convierta en otra cita obligada.